Primer movimiento
I
Creen que me paso las horas escuchando música. En realidad escucho
silencios. Me interesa cómo cada pieza musical fabrica silencios
de muy distinta especie. Lo que atrapa mi alma son
los huecos entre la música.
II
Con la luz encendida me muevo en casa como un cuerpo que se
desliza por un espacio tridimensional y finito. Con la luz apagada,
recostada en la cama viendo los relámpagos caer en silencio,
me expando inmóvil de una pared a la otra y yo misma soy mi
departamento que mira la tormenta.
III
Nos empeñamos en embellecernos sin darnos cuenta de que lo más
importante de un cuerpo es cómo dibuja el aire que lo rodea.
Lo mismo pasa con nuestras vidas: cavilamos largamente sobre
el rumbo a tomar sin percibir que lo que nos define es
nuestra relación con el vacío.
Segundo movimiento
I
Lo que deba ocurrir ocurrirá. Puesto que nada nuevo entra en el
mundo, todo hecho futuro ya estaba en él antes de ocurrir.
Por lo tanto, o bien yo ya hice lo que estoy por hacer, o bien
nunca lo haré.
II
Me creía una persona equilibrada y ahora que trastabillo veo que sólo
fui una buena equilibrista. Caminé por una cuerda sobre dos abismos
con una vara larga y flexible en mis brazos; en cada uno de sus
extremos una fuerza tiraba hacia abajo. Si hasta ahora me pude
creer equilibrada fue porque las dos fuerzas ejercían la misma
presión y yo sostenía a ambas por igual; eso producía una ilusión
de firmeza en mi paso. Pero apenas cedo ante una de ellas
me balanceo peligrosamente.
III
Vivo al mismo tiempo en dos mundos, uno diurno y el otro nocturno.
Durante años no percibí que este mundo son dos y creí moverme en
uno solo. Creía que la unidad de mi persona bastaba para asegurar la
unidad del mundo. Cuando percibí la escisión quise anular uno
—el nocturno, que es más difícil de soportar— pero su espesura es tal
que cuanto más intento eliminarlo más se intensifica. Ahora
comprendo que dos mundos me constituyen. La cualidad de diurno
y de nocturno de uno y otro no depende de las horas del día y de
la noche, ni de los actos que realizo en cada uno, sino de las
condiciones de posibilidad de mis actos. Aquellos que me definen,
que escapan de mí como alientos, lágrimas, aullidos o eructos,
ésos pertenecen al mundo nocturno.
Epílogo
Tenía casi treinta años cuando descubrí que existe la hora azul y que,
aunque habitualmente no reparamos en ella, se repite todos los días.
Todos los días cuando el sol se va hay un momento en que ya no
quedan rastros de luz solar y, sin embargo, todavía, no es de noche.
En esa hora el cielo toma un tono azul tan bello que contemplarlo
estremece, y muestra, en todas sus esquinas, el mismo color.
La fe celeste hace que los del mundo sublunar reflejemos su
I
Creen que me paso las horas escuchando música. En realidad escucho
silencios. Me interesa cómo cada pieza musical fabrica silencios
de muy distinta especie. Lo que atrapa mi alma son
los huecos entre la música.
II
Con la luz encendida me muevo en casa como un cuerpo que se
desliza por un espacio tridimensional y finito. Con la luz apagada,
recostada en la cama viendo los relámpagos caer en silencio,
me expando inmóvil de una pared a la otra y yo misma soy mi
departamento que mira la tormenta.
III
Nos empeñamos en embellecernos sin darnos cuenta de que lo más
importante de un cuerpo es cómo dibuja el aire que lo rodea.
Lo mismo pasa con nuestras vidas: cavilamos largamente sobre
el rumbo a tomar sin percibir que lo que nos define es
nuestra relación con el vacío.
Segundo movimiento
I
Lo que deba ocurrir ocurrirá. Puesto que nada nuevo entra en el
mundo, todo hecho futuro ya estaba en él antes de ocurrir.
Por lo tanto, o bien yo ya hice lo que estoy por hacer, o bien
nunca lo haré.
II
Me creía una persona equilibrada y ahora que trastabillo veo que sólo
fui una buena equilibrista. Caminé por una cuerda sobre dos abismos
con una vara larga y flexible en mis brazos; en cada uno de sus
extremos una fuerza tiraba hacia abajo. Si hasta ahora me pude
creer equilibrada fue porque las dos fuerzas ejercían la misma
presión y yo sostenía a ambas por igual; eso producía una ilusión
de firmeza en mi paso. Pero apenas cedo ante una de ellas
me balanceo peligrosamente.
III
Vivo al mismo tiempo en dos mundos, uno diurno y el otro nocturno.
Durante años no percibí que este mundo son dos y creí moverme en
uno solo. Creía que la unidad de mi persona bastaba para asegurar la
unidad del mundo. Cuando percibí la escisión quise anular uno
—el nocturno, que es más difícil de soportar— pero su espesura es tal
que cuanto más intento eliminarlo más se intensifica. Ahora
comprendo que dos mundos me constituyen. La cualidad de diurno
y de nocturno de uno y otro no depende de las horas del día y de
la noche, ni de los actos que realizo en cada uno, sino de las
condiciones de posibilidad de mis actos. Aquellos que me definen,
que escapan de mí como alientos, lágrimas, aullidos o eructos,
ésos pertenecen al mundo nocturno.
Epílogo
Tenía casi treinta años cuando descubrí que existe la hora azul y que,
aunque habitualmente no reparamos en ella, se repite todos los días.
Todos los días cuando el sol se va hay un momento en que ya no
quedan rastros de luz solar y, sin embargo, todavía, no es de noche.
En esa hora el cielo toma un tono azul tan bello que contemplarlo
estremece, y muestra, en todas sus esquinas, el mismo color.
La fe celeste hace que los del mundo sublunar reflejemos su
convicción, mientras él oscurece lentamente,
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