Bebimos sin brindar, y apoyamos, al unísono,
las copas sobre la mesa, tan próximas que nuestros dedos
se rozaron. Y de ese roce escapó
como una bandada lenta de palomas
la serie de caricias
lejanas, ajenas,
más atentas a la mano que las producía que
al cuerpo que
las recibía
al final de las cuales
nos entrelazamos.
Y nos desnudamos
extranjeros
creyentes de que ofrecer nuestra piel
al recorrido de otra lengua
dedicar la nuestra a la inspección de un cuerpo nuevo
hacernos devotos de la satisfacción de los placeres
en sí mismos y para sí mismos,
como si fueran dioses, y nosotros
sacerdotes inmolándonos en su altar,
nos redimiría del vacío que
dentro de cada uno de nosotros
como una piedra volcánica
nos consume noche y día. No hay tal religión.
Lombrices
Hace 9 años
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